Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 21 de octubre de 1954) es un poeta cercano, no obstante profundo y sugestivo, que utiliza en su hermosa prosa un lenguaje delicado y depurado, muy cuidado, repleto de oportunas metáforas pero también conciso y directo; haciendo de la brevedad y la concreción todo un arte.
«Soy un pequeño coleccionista de asombros, desde niño he descubierto en los objetos aparentemente más humildes todo un Universo».
Francisco Javier Irazoki.
Irazoki, un hombre sin ira
Irazoki es un hombre de carácter tranquilo, sosegado y siempre esquivo ante el sentimiento de rencor; de ahí que sus amigos le llamen Zoki, por ser un hombre sin «Ira». Como ocurre con uno de sus modelos literarios, Jorge Luis Borges, en sus escritos se aleja de todo tipo de dogmatismo; por ello, tal vez, se pueda encontrar un denominador común entre las muy variadas temáticas que aborda, su oposición a los totalitarismos. En su obra, sea cual sea la cuestión que trate, aunque se edifique sobre cimientos oscuros, se muestra alegre, positivo y vitalista; insuflando al lector buenas dosis de serenidad y de apacibilidad.
Breve biografía de Irazoki
Ha publicado 7 libros de poesía en verso y prosa, más uno de narrativa; y, entre otras contribuciones, ha seleccionado y traducido del francés los poemas del dramaturgo, cineasta y poeta Armand Gatti. Además, de la biografía de Irazoki se pueden resaltar su incursión en el periodismo musical (colaboró con Disco Express y El Musiquero); sus algo gamberros coqueteos con el grupo surrealista CLOC a finales de los 70; sus publicaciones en El País y en El Cultural, donde publicó desde 2009 hasta 2013 la columna Radio Paris (ciudad, por cierto, en la que reside desde 1993, y en la que ha cursado estudios musicales); y su actual faceta como crítico de poesía.
*Artículos destacados de Luna Azul:
Para conocer más sobre Irazoki y su obra, os sugiero visitar su web, en la que aparecen, entre otros muchos, los siguientes 10 poemas:
10 poemas de Francisco Javier Irazoki, el coleccionista de asombros
Del libro Los hombres intermitentes. Hiperión, 2006:
1. Los hombres intermitentes
Amé, fui rechazado y desaparecí.
Me abandonó una mujer que, conforme se despedía, borraba mi cuerpo. Su ausencia me volvió invisible. Acudí al trabajo, donde hice las tareas de costumbre, pero nadie pudo notar mi presencia; entré sin ser visto en los lugares concurridos de siempre. Ningún familiar o conocido sufriría por perderme, porque también mi pasado se evaporó en sus recuerdos. Encontraron mi imagen en los álbumes y sólo distinguieron un fondo de vegetación indefinida. Los amigos se acercaron a mí como si atendieran a un bloque de aire.
Mi sufrimiento se apretó en una ráfaga con que tocaba a quienes me habían acompañado antes del eclipse. La soledad era pasar por debajo de aquellas ropas.
Años más tarde, quise a otra mujer. Ella retuvo el soplo del que surgieron dos brazos y piernas, unos labios pegados a los suyos. Saqué mis zapatos escondidos detrás de los arbustos, y regresé despacio a las fotografías. Y, cordiales, todos nos miramos envejecidos con naturalidad.
2. Vecindario
Naciste mucho antes que yo, pero no envejeces.
Creo que saltaste de los labios de mis padres, y ya me trastornaron tus insinuaciones de maleza. Me marean, pensé, los terrones y las puntas de arbustos que deja ver a su paso.
Luego, excitado, te busqué en todas mis edades. De niño divisaba tu cuerpo inaprensible en cuadernos de hojas cosidas, pero huías por las toperas que excavaste debajo de los renglones. Removí con un palo los orificios de las madrigueras, y sólo encontré el zumo incitante. Siempre fuiste más ágil que mi deseo.
Tuve que padecerte en la adolescencia, cuando tu malicia me instigaba desde lejos. Querías que escuchase los gemidos que te arrancaban tus mejores amantes: el lector ciego, otro que vino de los Andes y un traficante francés. Me vacié en cada sonido y escribí:
Para que yo te ame,
ponte el pecado.
Hasta que los dos caímos en una de las trampas tendidas por tu humedad, y con zarpazos te desgarré el vestido de verano. Mi lengua serpenteó en ese barranco negro.
La fuerza de la juventud no pudo unirnos. Harto de mi incapacidad, te llamé prostituta del vacío y cualquier insolencia. Al anochecer me sentaba en una calle desierta y tú pasaste con un balde lleno de peces.
Ahora que recuerdo aquellas pasiones, nos visitamos en paz y agito tus regalos. Me diste tres botellas, dos en la infancia, una en la edad adulta; todavía paladeo tus voces que no entiendo. A cambio renuevo las antiguas picardías y digo te probaré despacio, hazte un ovillo y entra en mi boca, vecina palabra.
3. Paisaje visto desde el saxo de John Coltrane
Los monjes del alcohol pasan el día en las calles y al anochecer regresan a sus monasterios de cartones rasgados.
Ya no buscan el retiro para ser anacoretas; toda la urbe es lugar solitario, porque los paseantes y conductores de automóviles circulan a una velocidad de viento repentino.
Los monjes se saludan levantando su muerte embotellada.
Se acercan algunos fieles que les sirven cucharadas del cuerpo de un dios diluido en humeante sopa industrial.
4. Muerte transitable
Todas las mañanas, antes de empezar los trabajos del día, miro durante varios minutos las flores plantadas delante de mi puerta. A los pies de las dalias, unas hormigas recorren el tapiz de pétalos caídos. Con las derrotas que impone el tiempo ellas han construido su camino.
5. Carta a Leonard Cohen
Ahí están las calles de compás negro, donde los cortejadores de la aguja calientan su porción de olvido. Suena un concierto de ambulancias sinfónicas.
Es invierno en París y, bajo los soportales, canta una mujer muy bella. Las miradas de los viandantes acarician su vestido de aguaturma. Ella sonríe desde la pobreza elegante, apoyada en una pared que parece un signo de interrogación, y a veces me habla con esa leve dejadez de quien habita en casas en las que nadie barre la tristeza. Al final canta tus canciones. Entorna los ojos y los versos se posan sobre un diminuto cadáver embozado en escarcha.
Sé que envejeces, Leonard, que oyes cómo en la habitación contigua gozan contra ti las mujeres amadas y que te alivias describiendo el peso de la melancolía cifrada en lluvia. Te convendría ver tu emoción hecha vaho que despiden los labios más peligrosos de mi urbe. Aunque nunca conquistarás a esta mujer que ya se ha comprometido en amor con tu palabra.
6. Biografía
Hubiera agradecido algo de viento, que unas hojas y el polvo se moviesen entre los edificios rojos. Cuando llegué a la ciudad, mi perro caminaba como títere apaleado por la batuta del sol.
Busco a alguien que se llama como yo, que ha tenido una vida idéntica a la mía. Grito mi nombre a las ventanas y puertas cerradas. Al fin un hombre me ve desde su mirador enrejado, desciende y se aproxima mientras repito la llamada. Después, dos niños se unen a nosotros, y también los animales asoman su curiosidad temerosa. Poco a poco, aumentan los grupos de mujeres, muchachos y viejos que acuden a la cita. Todos desconocidos, en sus rostros se repite un rasgo común: mi mirada.
Dónde está el hombre al que llamo. Quizá no pueda abrirse paso entre quienes me acompañan. Caigo en el aire quieto. Ellos se disponen en círculo alrededor de mi ausencia.
Del libro Retrato de un hilo. Hiperión, 2013:
7. Guía
Esa búsqueda fluye
para que el hombre no sea
sólo una pausa de la muerte.
8. Citas con el dictador
Recibo la visita de mi enemigo.
Llevaba algunos años sin verlo
y, con algo de lástima, examino
su aspecto arruinado por la edad,
su traje de olvidada moda,
su valija de oscuridad inocente.
Aunque en lejanas geografías,
hemos envejecido juntos.
Nos saludamos con sorna que calcula
el mutuo hundimiento.
Yo, la víctima, sólo he abandonado
los dones momentáneos de la juventud.
A él, mi verdugo, el tiempo le ha roído
los cimientos de toda fuerza:
el misterio que impone su distancia a los otros.
Dolor, he aprendido tus maquillajes.
Construí un refugio de resistencia
en la penumbra que fuiste
durante las horas de tiranía.
Ahora, dolor, déspota senil,
me observas con inquina endeble
que parece un achaque de tu ocaso,
te contesto sin levantar la voz,
con odio liso.
Casi me apena cuando quiere amenazarme
con esa luz vaciada.
Del libro Orquesta de desaparecidos. Hiperión, 2015:
9. Visitantes
Los días que viví se han unido y hablan en voz baja. Antes que yo empiece a escribir, ellos susurran: la poesía no es una delicadeza decorativa, sino una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia.
10. Conocimiento
Ya la vi en los primeros días que recuerdo. Al principio la gota estaba a una altura inalcanzable: en las cimas de los grandes árboles, pendiente de una hoja invisible. La distancia no difuminaba la imagen, y percibí en su interior algunas palabras borrosas. Con el sol del verano la gota de agua aparecía sin sujeción en el horizonte.
Conforme crecí, la gota descendió hasta el alero de un tejado. Mis años fueron el imán que me acercaba a una esfera de palabras siempre ilegibles. Llegaron los días violentos de la juventud y ella los acompañó desde una tapia. En la edad que precede a la vejez la encuentro suspendida de los arbustos y hierbas. Solitaria, sobresale incluso en medio de la lluvia.
Los viejos no caminan con lentitud por culpa de la carga del tiempo; sólo intentan no pisar la gota de agua caída al suelo de los últimos caminos que recorren. Hasta que los pies cansados rompen esa pequeña bolsa líquida. De ella salen libres las palabras indescifrables cuyo significado, por fin esclarecido, nadie puede transmitir.
Bonus Track:
Y para terminar, y aprovechando que Francisco Javier Irazoki es un apasionado de la música (concretamente de la música barroca, de la africana y del jazz), me permitiré hacer un guiño añadiendo un bonus track, también de su libro Orquesta de desaparecidos:
11. Testamento
Me gustaría que sobre mi muerte se plantase el árbol de la discreción.
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